¿Porqué a las personas que intentan hacer las cosas bien se les da poco margen de error, porqué no hay cabida para la equivocación o para hacer las cosas a otro ritmo, porqué usamos las acciones de los demás y las nuestras propias para juzgar y juzgarnos?
Estas preguntas llevo un tiempo haciéndomelas porque me parece curiosa la manera en cómo actuamos con nosotros mismos y con los demás, la mayoría de las veces de manera inconsciente.
Hay gente que realmente poco le importa el planeta, la crisis climática y todo ese largo etcétera que entra dentro de la sostenibilidad. De hecho, la mayoría vive con su conciencia tranquila. Sin embargo, nosotros que estamos intentando hacer las cosas un poquito mejor, que intentamos cada día mejorar para cuidar nuestro entorno, nuestra salud y que todos podamos tener un futuro mejor, en lugar de aplaudirnos y animarnos a continuar, hacemos todo lo contrario, nos machacamos por no hacer suficiente. Y no solo somos exigentes con nosotros mismos sino también con los demás. En redes sociales se ve mucho esta tendencia, usar un movimiento, en este caso la sostenibilidad, para juzgar a otros.
Qué si comprar en Amazon no es sostenible, que cómo vas a comprar en el supermercado teniendo el mercado al lado, que cómo vas a comprar la ensalada envasada en plástico pudiéndotela hacer tú, que cómo vas a comer carne con todas las alternativas que hay, que cómo vas a comprarte un pantalón en Zara con lo explotadores que son… Y así de manera interminable.
No importa si esas personas en su día a día hacen grandes esfuerzos por llevar una vida más respetuosa con el medio ambiente, todo eso, por muy cuantioso que sea, parece dejar de importar ante cualquier pequeño “desvío de la etiqueta de la sostenibilidad”.
 
Personalmente, lo mío es la autoexigencia. Al principio me machacaba mucho con el tema medioambiental, nunca, nada de lo que hiciera, era suficiente, hasta que me di cuenta que esa actitud me estaba llevando por un camino que no me hacía nada bien, ni a mí ni al movimiento.
Aun así, hay muchos momentos en los que me dejo llevar y no me doy ni cuenta. Un ejemplo de ello fue algo que me pasó el año pasado. Vi un peto vaquero en una tienda que me encantó. Tenía un diseño que llevaba muchos años queriendo encontrar pero que nunca encontraba. Cuando por fin lo vi me emocioné un montón pero enseguida llegó la culpa. Como me voy a comprar este peto, ¿realmente me hace falta? No está hecho de materiales sostenibles, la tienda tampoco es que lo sea mucho, no debería comprármelo, el medio ambiente no tiene porqué pagar mis caprichos… Entre en bucle y no conseguía salir de ahí. A mi culpa le daba igual si en mi armario hay menos de 50 prendas o de si he estado años sin comprarme ropa como te conté aquí, o de todas las demás cosas que hago para cuidar del medio ambiente… Tarde tres meses en decidirme (no, no exagero) hasta que finalmente decidí dejar de machacarme, dejar la culpa a un lado y permitirme comprar algo que me encantaba. Y lo hice ya no tanto por lo mucho que me gustaba sino por permitirme ser flexible y trascender la culpa.
 
 
¿Te ha pasado alguna vez? Si estás en el camino, seguro que sí así que aquí te muestro algunas cosas que me han servido a mí durante estos años para dejar de culpabilizarme y disfrutar del camino lo máximo posible (aunque a veces me cueste y aunque necesite aplicarlo a otros aspectos de mi vida).
 
 
 
 

¿Culpa de qué?

 
1. Ocupémonos de nuestro propio cambio pero aceptando siempre nuestro ritmo y nuestras circunstancias.
2. Recordemos porqué y para qué hacemos lo que hacemos. Nuestro compromiso es con la Tierra y con nosotros mismos, por lo que no tenemos que rendir cuentas a nadie.
3. Permitámonos “desviarnos” del camino de vez en cuando si así lo deseamos o necesitamos. Nos quitaremos un gran peso de encima y esa flexibilidad con nosotros mismos nos permitirá serlo también con los demás cuando ellos también se salgan de la etiqueta.
4. Pongámonos en el lugar del otro. Cada persona, al igual que nosotros, tiene sus circunstancias únicas e incomparables y nadie está en este mundo para cumplir con nuestras expectativas.
5. Centrémonos en nuestros logros. Cuando nos culpemos por algo que se sale de la etiqueta, en lugar de centrarnos en eso, repitámonos todo lo que sí hemos logrado hasta ahora. Hagamos lo mismo cuando sintamos juicio hacia los demás. Centrémonos en todo lo que esa persona hace por mejorar (independientemente de si tiene que ver con la sostenibilidad o no). Si no conseguimos verlo, recordemos que todo el mundo hace más cosas de las que nuestros ojos llegan a ver.
6. Guardemos el látigo. El castigo nos lo imponemos nosotros mismos cuando nos machacamos o cuando permitimos que la opinión de los demás nos afecte.
7. Enseñemos nuestros “defectos insostenibles” de vez en cuando. Mostremos la imperfección de un camino que es perfectamente imperfecto.
8. No usemos el movimiento para juzgar a otros. No “prostituyamos” la sostenibilidad por favor. Dejemos de vez en cuando la moral a un lado sobre lo que sí es sostenible y lo que no, sobre lo que está bien o mal, porque en realidad no tenemos ni idea. Cuanto más avanzamos por el camino de la sostenibilidad más nos damos cuenta de lo ignorantes que somos y que lo que parece sostenible no siempre lo es y lo que no parece a veces es más sostenible de lo que imaginamos. Al final cada persona actúa según la información que tiene y haciéndolo lo mejor que sabe y puede.

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A mí personalmente estos puntos me han ayudado mucho a dejar de culparme y por supuesto a entender el camino de los demás, único, maravilloso e incomparable. Aún así, e de reconocer que si hay que comprar algo en el supermercado envuelto en plástico todavía soy de las que mando a mi marido, no vaya a ser…

¿Y tú cómo te sientes en tu camino? ¿Te juzgas, te juzgan? ¿Ya has superado esa etapa? ¡Te leo!

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